En alguna ocasión he tocado ya este tema. Y es que el paso de los años no hace sino darme la razón, en cuanto a los distintos criterios de relación maestro-alumno que se establecen en occidente en relación con los parámetros normales de relaciones que se ven en oriente, y en concreto en Japón.
El "problema" para que un occidental pueda entender el respeto con que se trata al maestro en aquellas tierras, proviene, desde mi punto de vista, de la mercantilización de la sociedad y en especial de las relaciones humanas, por un lado, y de la implantación del hedonismo, y del egoismo en nuestras relaciones personales.
En cuanto a la mercantilización, en las sociedades de nuestra época todo se compra y todo se vende. No hay nada (o casi nada) que escape a esta regla. Hemos pasado de ser sociedades de ciudadanos a sociedades de consumidores, donde el valor de la acción de consumo -que genera dinero- establece una primera distinción entre los que pueden acceder a los bienes y servicios, y los que no, o lo hacen de forma imperfecta.
El hedonismo, por su parte, se manifiesta con conductas del consumidor dirigidas al obtener siempre la mayor satisfacción con el cumplimiento de sus necesidades, que son de todo tipo -y muchas veces orientadas por los medios publicitarios de comunicación de masas- y entre las que ha repuntado en las últimas décadas el cuidado del cuerpo, que si bien puede reportar claros beneficios para cualquier persona (siempre que sea correctamente planificado y dirigido) no dejará por ello ser parte, un eslabón más, del proceso de producción, de venta, y de enriquecimiento del colectivo implicado en ello.
Al amparo de este repunte, hemos contemplado el nacimiento, desarrollo, y también ocaso (dependiendo de factores externos muchas veces) de buen número de gimnasios, llenos de maquinaria sofisticada donde ejercitar el llamado "body building", o sea, estar en forma... y más allá. En estos lugares, la relación entre usuario y director del centro, o monitor de las actividades -si lo hay-, es más bien escasa: el usuario le dice al entrenador qué quiere, éste le asigna una rutina de aparatos y ejercicios, cobra por su servicio y el uso de la instalación... y hasta el mes que viene. No hay nada más que transmitir por parte del entrenador, cuestiones meramente técnicas de cómo colocar el cuerpo, cómo hacer el ejercicio, cómo respirar...
Y en este panorama inserto al practicante de artes marciales. Y digo insertar bien, porque se trata de poner una cuña en una forma de pensar estereotipada, que ya lleva en su cabeza el practicante que se dirige a un Dojo. Es dificil hacerle ver a un novato, que aprendiendo un arte marcial no debería focalizar su práctica en ponerse "hecho un toro", que por esa vía no va a conseguir saciar sus tendencias narcisistas. Tampoco va a conseguir convertirse en una máquina de guerra (a no ser que vaya a trabajar en el gremio militar, de las fuerzas de seguridad públicas o privadas, o dedicarse al cine de artes marciales, que creo ha creado en parte una imagen falsa y estereotipada de lo que es un budoka). En fin, habrá que convencerle de que se trata de una actividad que a mediados del siglo pasado perdió buena parte de su terminación JUTSU, para cambiarla por el término DO.
En los Dojos, los maestros no tienen un "recetario" del que tirar para aplicar a todos sus alumnos o discípulos por igual. Es quizá el lugar donde mejor se aprende a desarrollar relaciones humanas, y donde mejor se enseña al practicante lo frágil que es la vida humana, y los esfuerzos que se deben hacer para defender la vida propia, no infringiendo al adversario más dolor o neutralización de lo estrictamente necesario. Así visto, el Dojo se convierte en un lugar donde se respeta la vida, y donde se respeta al compañero con el que practicamos, y por supuesto, al maestro o instructor que nos regala toda su experiencia.
Y digo "regala" a propósito. Porque muchos practicantes, buen número de los que he tenido referencias, no acaban de entender que un Dojo NO es un gimnasio. La relación del maestro con el alumno, la transmisión oral y práctica de sus enseñanzas, los esfuerzos personales por estar siempre al día, por dirigir las clases de la mejor forma posible para cada practicante -sabiendo lo que se debe exigir a cada uno de ellos, y lo que se le debe enseñar también-, aleja esta actividad de la que se realiza en un típico gimnasio "de aparatos". En estos últimos, opino que no se da ninguna sutil transmisión de valores al practicante, mientras que ello es en buena medida lo que se produce en cualquier DOJO medio decente al que se pueda acudir. Es verdad que no hay dos artes marciales iguales en sus técnicas, aunque sí parecidas. Pero sobre todo, en lo que sí deben parecerse -si la mercantilización no ha alcanzado a sus directores- es en el desarrollo del DO, como vía de integración del individuo en la sociedad, como vía de lucha contra los egos (que también los hay en este mundillo marcial, y a veces grandes) y por tanto contra los hedonismos que, cada día más, nos animan a mirarnos nuestros ombligos sin importar las desigualdades e injusticias que encontramos a nuestro alrededor. En un gimnasio, pagamos por usar instalaciones, aparatos, y consejos técnicos. En un Dojo, pagamos por el USO de unas instalaciones (que tienen un coste de mantemimiento), pero la transmisión de las enseñanzas del maestro, de su experiencia, de sus esfuerzos previos y contínuos para ser la mejor fuente de sus alumnos... NO tiene precio.
Por desgracia, para luchar contra esa enfermedad social que nos centra en nosotros mismos, en la satisfacción de nuestras necesidades, en nuestro bienestar, y nos pone gafas de cristal muy oscuro para con los demás, hay que estar decididos a emplear tiempo... mucho tiempo. Es un aprendizaje DE POR VIDA. Y muchos practicantes no están dispuestos a ello, al contrario, como si de un gimnasio cualquiera se tratase, muchos creen que por pagar una cuota mensual tienen derecho a seguir haciendo lo que hacen en sus casas, en la calle, o en un gimnasio. Ahora lo cojo, ahora lo dejo, me apetece, ya no me apetece... como niños malcriados, no entienden nada del respeto y veneración que en oriente se tiene con los maestros, y al revés, los tratan como se usa un pañuelo de papel... Una vez utilizado, se tira. Algunos, incluso no se dignan despedirse de su maestro... y eso les retrata.
Y lo peor es que luego les van diciendo a sus conocidos, familiares y amigos, ¡¡¡que saben un montón de ese arte marcial, al que apenas han dedicado unos meses o pocos años de su vida!!!